martes, 27 de octubre de 2009
viernes, 23 de octubre de 2009
sábado, 3 de octubre de 2009
Compañía danza teatro Con_secuencia
La compañía Con_secuencia surge el año 2007 por iniciativa de su directora que en su trayectoria como bailarina ve la necesidad de ir en busca de un lenguaje propio, lo cual se vincula con sus estudios de teatro y los planteamientos contemporáneos de la relación del actor-bailarín con su corporalidad y su definición de un lenguaje gestual.
Es en este periplo de inquietudes y de preguntas sobre el quehacer del arte que se conforma la compañía con personas venidas tanto del teatro como de la danza, en donde la premisa es la formulación de experimentación que más que encontrar respuestas es plantearse preguntas para desarrollar esta investigación en terreno, apoyado con lectura de directores, investigadores, teatristas, coreógrafos en relación al estudio, por una parte del trabajo de las acciones físicas planteadas por los últimos pedagogos teatrales, y por otra parte de la semántica del cuerpo en escena.
Es así que a través del trabajo, fundamentalmente de improvisación, la compañía ha generado dos puestas en escena, “Una Vorágine bajo Tierra” que alude a la problemática de la violencia intrafamiliar, específicamente sobre el femicidio y “Busca-Pega” montaje callejero, que recrea diversas situaciones del hombre-mujer actual enfrentado en el espacio urbano de la búsqueda de trabajo, además de pequeñas creaciones de intervención en diversas actividades.
lunes, 10 de agosto de 2009
lunes, 27 de julio de 2009
Nuestra primera obra "Vorágine Bajo Tierra"
Es por ello que la Compañia, como primer proyecto en escena, se plantea la necesidad de ahondar en el tema y aproximarse desde otros lugares que nos acerquen a la vivencia de estas mujeres antes de morir. Considerando que las cifras van en escenso y cada vez los relatos constituyen las páginas rojas de nuestra actualidad es que nos proponemos este montaje.
LAS MARIPOSAS DE DOÑA MÚSICA de Eugenio Barba (extracto)
Danzar sin música
Algunas distinciones equivalen a heridas, como lo es, por ejemplo, aquella que hace una incisión en el territorio de las artes preformativas, separando con égidas fronteras la danza del teatro. Esta herida pertenece a las convenciones europeas de los últimos siglos. En la realidad y en el curso de gran parte de la historia del espectáculo no existen estos límites. No han existido en el antiguo teatro griego o latino, ni en el medioevo, ni en el teatro isabelino, ni en la comedia del arte. No existen en los teatros clásicos de Asia. No existen en la experiencia de actores y actrices que saben danzar, aún cuando su danza queda oculta o invisible a los espectadores, bajo la estructura de una interpretación teatral que no tiene nada que ver con el género “danza”.
Tampoco existe una dependencia “natural” entre danza y música. En la última página de un libro anónimo publicado hace casi cuatro siglos atrás, se suponía un experimento mental que debía demostrar el carácter diabólico del baile. El libro era una condena feroz del carnaval por parte de un italiano aterrorizado por el desorden (Discorso contra il carnevale, 1604). El autor decía: “observen una sala donde hombres y mujeres bailan. Imagínense, de pronto desaparece la música de sus oídos. Mírenlos bailar en silencio, miren los movimientos artificiales, el modo retorcido de tocarse, de tomarse las manos, de inclinarse, de buscarse y alejarse; no parecen ya hombres y mujeres civilizados. Son grotescos, artificiales y obscenos. Parecen locos. Sin saberlo, están endemoniados”.
Este mismo experimento me parece un ejercicio óptimo para directores y actores. Si, cuando se le quita la música, la danza se reduce a movimientos contrahechos y desarticulados, quiere decir que ésta no es orgánica, si no, un intento de sobreponer mecánicamente la música al cuerpo. En cambio, cuando es orgánica, la danza contiene su propia música y ésta puede tanto permanecer muda como prevenir del exterior, para deleite de los espectadores.
Un actor/danzador de una tradición clásica asiática puede danzar sin música, su acción no pierde organicidad, no es menos atrayente para el observador. Con la música, con el canto, con la poesía de las palabras y con la fantasía de la narración, un espectáculo resulta completo. Pero sin todo esto, dejándola, por así decirlo, desnuda, la acción continúa siendo viva (…)
Falsedad y ficción
El teatro y la danza constituyen ambos un único y vasto país. Se puede explorar como lo hacen los geógrafos, interesados por las zonas de encuentro y de superposición por los cruces y los panoramas mixtos. O puede explorarse como los geólogos, atentos a los estratos subterráneos comunes de regiones que en la superficie están divididas y son diferentes.
A mí me interesa especialmente la mirada de los geólogos. Me interesa la danza profunda, oculta en cada actor, cuando su presencia es eficaz. Me interesa descubrir las ondas de un ritmo y una acción potente que queda absorbida en la profundidad del cuerpo aún cuando éste se mueva con pequeños gestos, o permanezca aparentemente inmóvil, o no haga nada que rompa con la reconocida quietud del comportamiento “normal” (…)
Cuando la danza oculta se vuelve explícita, cuando se la deja desarrollar libremente en el espacio, se vuelve danza aún según las convenciones de los géneros preformativos. Entonces, las palabras y los silencios no bastan para su dimensión, reclama el ritmo, el tambor, la música para dialogar.
Como espectador, vivo una experiencia particular cada vez que observo a un actor que sabe acercarse a las fuentes de su vida escénica. Puedo asistir a una comedia, a una tragedia o a un drama triste y sin esperanzas, donde cada valor es negado y donde la verdad del insulso destino que nos espera es revelada en toda su esterilidad. Sin embargo, basta que desplace la atención para que la vida triunfe. Basta que me libere del imperio de las palabras y de la intriga de la expresión del rostro o de las manos, basta que me concentre en observar la espalda y los pies del actor para que mis ojos se llenen de la danza oculta bajo la superficie de la interpretación teatral. El dragón subterráneo de la vida manifiesta sus síntomas aún cuando son casi imperceptibles. A veces, cuando su presencia emerge explosiva, con o sin música, todos pueden reconocer que el teatro está hecho de danza.
La memoria de los siglos pasados nos deja imágenes equivalentes. Al concluir cada representación, aún la más tenebrosa y feroz, después de haber hecho migajas las ilusiones de los espectadores optimistas, después de haber mostrado la sangre feroz que se esconde en el fondo de las palabras nobles de los caudillos y de los políticos, y después de haber revelado qué amarga guerra es el amor, los actores de Shakespeare dejaban caer la ficción del personaje y bailaban al ritmo vital de la giga. Y, tal vez, alguno de los espectadores podía imprevisiblemente abrir los ojos y descubrir que, a pesar de todo, los actores habían siempre danzado.